jueves, 14 de junio de 2007

La tumba del conde Drácula


No quisiera que esta fecha pasara sin pena ni gloria, por la sencilla razón de que tal día como hoy, 14 de junio del año 1476, abandonó este mundo uno de los personajes más nefastos de la historia, Vlad Ţepeş (pronunciación: tse'pesh), príncipe de Valaquia, pero más conocido como conde Drácula (el diablo o demonio) o simplemente el empalador, por las curiosas costumbres que tenía para acabar con sus enemigos.

Visité la tumba de Vlad, sencilla, a ras de suelo, ubicada en una pequeña ermita, próxima a un lago, y con algunas flores y velas. Quien iba a decirle al príncipe, que el autor irlandés Bram Stoker se inspiraría más tarde en sus andanzas para escribir su novela más famosa: el conde Drácula, en la que se relatan las aventuras del vampiro más conocido de la historia, que en realidad, es un personaje de ficción.

Los rumanos llevan muy mal que a uno de sus mayores héroes, (en 1976 el gobierno comunista de Nicolae Ceauşescu lo declaró Héroe de la nación al cumplirse el V Centenario de su muerte), lo hayan aprovechado en Hollywood de esa manera tan impropia, aún así, no han presentado ninguna demanda por injurias o calumnias contra las productoras cinematográficas.

Hace 22 años, Rumanía era un país triste, sin luz en las calles, con racionamiento de carne de un kilo por persona y mes, que al final era vendida en el mercado negro para alimentar a los pocos turistas que nos atrevíamos a adentrarnos en los dominios de Caucescu (al que la masa-turba dio fin). Entonces se traficaba en aquel país hasta con el agua mineral. Mientras que aquí, algunos hablaban maravillas del régimen comunista rumano, en el que el hijo del dictador con un coche deportivo se dedicaba los dias de borrachera a atropellar viandantes por las avenidas de Bucarest.

Allí percibí en plenitud, aunque no era la primera vez, esa sensación de erizamiento del vello corporal que te sube por la columna vertebral hasta el cogote, tan característica del miedo ambiental que impregna la convivencia, en los países asfixiados por la ausencia de libertad.

En las postrimerías del franquismo también había sentido miedo, en alguna manifestación, hablando de política con los amigos, o simplemente, paseando por la calle, si veía como algún agente de la autoridad se fijaba en mi, lo que hacía que acelerara inmediatamente el paso, aunque no tuviera nada que ocultar.

Estoy seguro de que mi admirado Albert Boadella también lo sintió muchas veces, sobretodo el 2 de diciembre de 1977, cuando fue detenido por la autoridades por la representación de su obra La Torna; por un presunto delito de injurias al ejército fue encarcelado, sometido a consejo de guerra, protagonizando posteriormente una espectacular fuga de la cárcel, huyendo inmediatamente después a Francia.

Volviendo a Vlad, el empalador, el príncipe de Valaquia fue conocido por su crueldad, y por su afición a empalar a sus enemigos, que habitualmente eran todos los que no le rendían pleitesía. Comenzó con los boyardos, los nobles de su territorio, acabando con todos los que podían hacerle frente, continuó con los mendigos y los gitanos por no aportar nada a la sociedad de su tiempo, prosiguió con sus enemigos.

En 1459 hizo empalar a los 30.000 ciudadanos de Brasov, y a unos cuantos miles más en Tara Brisei; en 1460, a los 10.000 ciudadanos de Sibiu; en 1461, empaló a 23.000 enemigos de todas las nacionalidades en un solo día, en el famoso Bosque de los Empalados, donde taló todos los árboles para poder cumplir su ritual, lo que hizo que Mehmed II, el conquistador de Constantinopla, un hombre al que no se le conocía precisamente por su repugnancia hacia la sangre, se volviera a la capital del Bóforo, enfermo de violentas náuseas y vómitos, ante la contemplación del inolvidable magnicidio.

Éste hecho lo dejó escrito el propio Vlad, que envió una carta el día 11 de enero de 1462 al rey de Hungría, Matías I Corvinus, en la que decribió que había empalado a más de 20.000 personas, y lo sabía bien, pues fueron cortando la cabeza a cada uno para facilitar el recuento. Además de la carta, también remitió al rey húngaro dos grandes sacos con orejas, narices y cabezas de sus víctimas.

Realmente no sé muy bien por que les he contado estos hechos sin relación alguna, porque ¿qué tendrá que ver una denuncia por injurias contra un títere, con la historia de uno de los mayores criminales de la historia?. La dictadura de Caucescu, comparada con la de Franco, todavía podrían compartir alguna barbaridad. Y por supuesto, un personaje de ficción literaria como el conde Drácula, con los tiempos actuales, en los que todos sabemos que los vampiros no existen.

Por si acaso, cuando me alejaba de la tumba de Vlad, miré hacia atrás, cerciorándome de que seguía allí, confortablemente instalado bajo la alfombra roja, y pensando que de cuanta maldad se hubiera librado la humanidad, si alguien le hubiera detenido a tiempo. Sin embargo, nos hubiéramos quedado sin conocer las historias de vampiros, con las que tanto miedo pasamos cuando éramos críos, aunque a veces, como en este caso, la realidad supera ampliamente a la ficción.

En esta vida las cosas son siempre relativas, y lo que ayer resultaba prácticamente imposible, hoy resulta sencillamente inevitable. La eternidad de un instante de osadía inícua, puede concluir con la mediocridad disimulada de cualquier personaje, en un final de tragicomedia singular.

La fatalidad comienza por las cosas más nimias, y poco después, resulta extraordinariamente complicado detenerla, por que sigue su propio curso. Así, se terminan haciendo héroes, a los que han ocasionado un terrible daño a los ciudadanos, como en el caso que hoy les he relatado, la triste historia de Vlad Tepes, por ejemplo. Héroes después de quinientos años, claro, hay cosas que necesitan el paso de mucho tiempo para ser olvidadas.

Empalamiento (así lo describe la wikipedia)
Vlad Tepes (curiosas anécdotas del empalador)
Drácula (curiosas anécdotas del vampiro más famoso)
Albert Boadella (curiosas anécdotas del títere con cabeza)

El boyardo transido