martes, 16 de octubre de 2007

Ya estoy aquí


Amigos y enemigos:

Lamento no haberme despedido de todos vosotros tras el II Egreso de Ciutadans, pero soy de los que piensa que la evasión forma parte del viaje, y que determinadas circunstancias, aconsejan alejarse cuando las cosas no llevan remedio alguno.

Así fue como comenzó mi exilio voluntario, siempre menos ingrato que un cautiverio obligado; las ideas no pueden tener cárceles, y quedarse habría supuesto una dolorosa condena al más de lo mismo y de la misma forma o peor que en otros partidos políticos.

No dedicaré mucho tiempo a Ciutadans, porque realmente no merece la pena; este partido se alejó de sí mismo, y eso hizo que muchos nos distanciáramos de él, ese es el resumen más breve que puede hacerse de lo ocurrido.

De todos los lugares a los que podía escaparme, elegí Orán, que en su día fue territorio español, porque este lugar siempre ha sido la patria de los despatriados y sus nostalgias, y un lugar disputado como ninguno, en la orilla sur del río Mediterráneo.

Cuando llegué, me sorprendieron algunas cosas, por ejemplo que haya gente que todavía conozca palabras españolas, y algunos sean capaces hasta de construir una oración completa, y eso tras haberse pasado allí los franceses el último siglo.

En esta plaza purgó cautiverio Cervantes, tras aquella batalla en la que perdió un brazo, lo que no le impidió seguir escribiendo para nuestra fortuna. Y precisamente aquí, desarrolló su comedia El gallardo Español, obra en la que critica sin piedad esas ausencias que tenemos los españoles de las cosas realmente importantes, por liarnos en debates inacabables sobre las que no tienen importancia.

Desgraciadamente, España es un país de pocas creencias y muchos creyentes, y eso dificulta siempre los acuerdos más sencillos. Cervantes cautivo en Orán, y la lengua que él enalteció, cautiva en Cataluña, y los vascos que se sienten españoles privados de libertad de expresión, y los gallegos, ni se sabe. Todo es tan cervantino, tan español.

¡Ay vieja España que mal te defiendes de tanto truhán!. Las indecisiones siempre han conducido a los españoles hasta el desasosiego, que es el estado en el que brotan los impulsos, la improvisación, la furia española, que son las consecuencias de la negligencia hacia lo propio, y la tradicional displicencia hacia lo colectivo, para tratar de salvar las apariencias en el último instante.

Pero volvamos a Orán, argelina patria de Albert Camus, que mucho tiene de español aunque se luzca francés (pied noire), jenízaro, hijo de padre galo y madre española, de Menorca. Y vinculado emocionalmente con María Casares “la gran dama del teatro francés”, que era hija del presidente de la República, Casares Quiroga. Cuantos problemas le trajo su despecho hacia Simone de Beauvoir, y de rebote contra Sartre, cuando no aceptó la seducción de la liberadora liberada que no pudo cautivarle. Camus era un ser libre, que sabía muy bien que la libertad se resume en el acto de elegir, y nunca en el de ser elegido.

Y Orán es el lugar imaginario en el que se desarrolla una de sus novelas más famosas: La Peste, posiblemente una de las mejores narraciones del autor, en la que nos desnuda las vidas de sus protagonistas, en ese vivir sin esperanza de los que permanecen atrapados por sus emociones a una coyuntura ineludible, sabiendo que luchan contra lo inevitable, y que no es la muerte, sino el olvido de sí mismos y de lo que han sido, lo que les acontecerá como final. Sin duda también este lugar haya sido la última patria anónima de El Extranjero. Y no sé por qué razón insospechada, cuando hablo de la obra de Camus, no puedo dejar de pensar en Cataluña, y los españoles que allí residen cautivos, apestados y extranjeros en su propia tierra.

Hubo otros residentes conocidos en Orán, quizás el más controvertido sea Max Aub, que durante tres años, por expresa recomendación de Petain, dio con sus huesos en este lugar. Políglota, cosmopolita, socialista, y valenciano, que al escribir su primer poema en español en 1915, manifestó: “nunca he podido escribir nada en otra lengua”, a pesar de conocer varias y hablarlas perfectamente. Max Aub, viene a ser como el patrón laico de los exiliados.

Sin distraer el destino de este escrito, siempre me ha llamado la atención el cuento en que este autor convierte en asesino de Franco a un mesonero mejicano, que harto de escuchar tantas discusiones en su taberna a los españoles desterrados, un día se llena de valor y decide acabar con la vida del dictador, lo que al final consigue y tras lograr escaparse, decide regresar para ver si realmente los españoles han dejado ya de discutir; para su sorpresa, no solo debaten los de antes, sino que ahora se han incorporado algunos nuevos autodesterrados del régimen, y las discusiones aún son más virulentas e inacabables.

Los españoles no hemos llegado a conocer nunca la síntesis, permanecemos sumergidos en la dialéctica de opuestos, hasta que la incongruencia nos llega al cuello, y por eso tal vez, la mejor forma de resolver los problemas que presentamos es la inercia, tan sabia en nuestro país. Claro que tenemos ideas, pero al llevarlas a la práctica, siempre descubrimos que alguien se opone furiosamente a que las pongamos en acción, sin saber siquiera por qué. En España la envidia es negativa, no hay admiración por el contrario, porque somos demasiado soberbios.

Que hermosas palabras vertió Max Aub en el prólogo de aquella obra que tituló “crímenes ejemplares”, y como recuerda lo ocurrido en Ciutadans:

El hombre de nuestro tiempo sólo considera fracasos. El último gran mito cae ya, no de viejo, sino por impotente. La grandeza humana sólo se mide por lo que pudo ser. No vamos a ninguna parte, el gran ideal es, ahora, la mediocridad de vencer los impulsos. En la supuesta dignidad de castrarse, han muerto muchos de los mejores.

Salvador Paniker en aquella inteligente obra: “la dificultad de ser español y otras contrariedades”, al que citando de memoria seguro que tergiversaré: “En España no se discute porque haya problemas, se discute también por qué no los hay”, también lo dejó dicho.

El único filósofo catalano-hindú que conozco, estableció el concepto de retroprogreso tan grato al presidente Zapatero, y que consiste en ir simultáneamente hacia lo nuevo y hacia lo antiguo, hacia la complejidad y hacia el origen porque en la era retroprogresiva, todo lo hacemos entre todos, y la cooperación es un aliento mucho más profundo que la mera competencia.

Pero no hablaré de Zapatero, ahora no, pero siempre he pensado que lo de la Alianza de las Civilizaciones es una racionalización de la incapacidad de este individuo para resolver los auténticos problemas internos que tenemos en España.

Y ahora dejaré de hablarles de mi exilio, para comentarles las faustas augustas razones de mi regreso: Albert Boadella, mi maestro, presenta hoy su último libro, titulado Adios a Cataluña, con el que ha obtenido el Premio Espasa de Ensayo 2007.

Y realmente de lo que me proponía hablarles hoy, antes que de exilios y otras mezquindades, era de la “coprocracia española”, o por decirlo de otra forma, el gobierno de mierda que soportamos estoicamente los españoles,

Cuanta ignorancia irredenta en los que piensan que el acmé de la democracia es el acto de depositar un voto en una urna, eso decían algunos excelsos políticos en un partido de cuyo nombre no quiero acordarme. No saben que el acto de votar es a la democracia, como echar un polvo a estar enamorado. ¿Ustedes han visto a algún ciudadano tener un orgasmo en el acto de elección política, tras depositar la papeleta en la urna?; más bien al contrario, a lo más que llegan algunos es a suspirar en gemido quedo, como si supieran que están a punto de sufrir un nuevo gatillazo político.

Pues nada queridos amigos y enemigos, he regresado para quedarme, y para ocuparme de denunciar la pantomima que nos hace vivir nuestro elenco político.

Y he vuelto de forma tradicional, como se viene de África en estos tiempos, en cayuco, junto con unos muchachos muy simpáticos que no tuvieron inconveniente en incorporarme a la excursión al gran continente blanco, previo pago de los mil euros que costaba el viaje, creo que hoy mismo llegaremos a Barcelona, donde seguro que nos recibe la guardia civil.

Por cierto, ninguno de los turistas con los que compartí viaje sabía ni que era Cataluña, ni que era el catalán, y sólo tenían una vaga muy vaga idea de lo que era España, porque venían a trabajar para poder comer todos los días y vivir un poco mejor, y no a enarbolar banderas mercenarias, para gloria de los inventores de patrias.

Cualquiera les dice después del largo y penoso viaje, que sin el nivel C no podrán quitarles la mierda a nuestros hijos y a nuestros padres, la mierda que nosotros ya no somos capaces de retirarles porque estamos demasiado ocupados destrozando el presente para poder arreglar el futuro. Y es que nadie como un extranjero, para valorar la estupidez de imponer una nación por decreto gonádico.

Y ahora se comprenderá mejor todo este galimatías de nacionalismos y miserias. He citado a Cervantes, Camus, Aub, y Paniker, porque pienso que todos ellos han sido manantiales de esta obra de nuestro maestro, que llega al público con vocación de explicar lo que no se ha permitido conocer.

Y lo de Orán, es ese exilio interior que tantos españoles estamos condenados a vivir en nuestra propia tierra, esa enajenación inhumana en la que se han empeñado los nuevos señores feudales que delimitan nuestra existencia, para seguir viviendo a costa de los que no comparten sus delirios.

Los nacionalismos son la forma más evolucionada de chantaje político. Y ahora, les dejo con el maestro Boadella, ¡disfruten!.

El mariscal cabezón y sus sablistas. Extracto de un capítulo del libro Adios a Cataluña publicado en El Mundo

«La sociedad liberal catalana se ha convertido en una sociedad de funcionarios sumisos» Manuel de la Fuente, en ABC